Ese es el titular con el que Michael Lewis, escritor estadounidense, resumía su discurso en el Acto de Graduación en la Universidad de Princeton en el año 2012.
“A la gente no le gusta que su éxito personal sea explicado por el papel que la suerte ha jugado en sus vidas. Sobre todo, a aquellos que han llegado más lejos. Quieren pensar que su triunfo era inevitable. No están dispuestos a admitir el papel que ha jugado el azar”
De alguna manera lo que subyace en el discurso de Lewis es el hecho de no subestimar el factor del azar en los éxitos que podamos obtener en la vida.
Y es que hay quienes han sido educados en entender el éxito desde una perspectiva elitista, donde unos pocos han sido elegidos y están destinados a suceder a su predecesores en el poder.
William Deresiewicz, en su libro Borregos excelentes: la mala educación de la élite americana y el camino a una vida plena pone de manifiesto la perversión de los sistemas educativos de élite que generan personas destinadas a tener un éxito convencional basado en la riqueza y el estatus pero sin compromiso real con el aprendizaje , el pensamiento y con hacer un mundo mejor. Personas diseñadas para cumplir con las expectativas de otros y que no saben realmente qué es lo que ellos y ellas quieren, más allá de garantizarse un lugar en la élite.
Estos estudiantes de élite y futuros profesionales solo conocen el éxito. No han experimentado el fracaso y ni mucho menos han tenido que enfrentarlo para realmente aprender de él. La depresión, los delirios de grandeza, la soledad y la falta de propósito son algunos de los grandes problemas a los que deben enfrentarse en sus vidas. Y no son problemas sencillos de resolver en ningún caso.
El aburrimiento, la rutina y los frustraciones cotidianas son experiencias que necesitan ser vividas para madurar. Desgraciadamente hay personas que pasan de ser niños a ancianos sin llegar nunca a ser adultos. Si no se viven estas experiencias a su debido momento y no se entrenan adecuadamente, se hace complicado gestionarlas cuando aparecen.
No menos impactante fue el discurso del fallecido escritor David Foster Wallace en Kenyon College en el año 2005 “Lo importante de la felicidad es lo que atañe a la atención, la conciencia, la disciplina y el esfuerzo, ser capaces de preocuparse por los demás y de sacrificarse por ellos, una y otra vez, en miles de pequeños detalles del día a día. Esa es la auténtica libertad”
Muchas gracias Alvaro por el post de esta semana.
Me he leido el discurso de Wallace como tres veces esta mañana y se lo he pasado a unos cuantos amigos.
El ejemplo de la rutina es brutal pero brutal y a mi me ha que pensar.