La valentía no es lo contrario a la cobardía, sino más bien el término medio entre cobardía y temeridad.
Para aprender hay que tener coraje, hay que ser osado y asumir riesgos.
El programa “Fracasando bien” desarrollado por el Smith College, en Massachusetts, tratan de enseñar a sus estudiantes que el fracaso no es un error del aprendizaje sino que es una de sus principales características. Los alumnos que logran acceder a prestigiosas universidades, los deportistas que han llegado a la élite siendo siempre los números uno en sus deportes, es posible que hayan tenido que ser casi perfectos y por lo tanto, no han vivido la experiencia del fracaso. Pero como antes o después esto termina por llegar, la situación puede resultarles paralizante.
Los alumnos de este College reciben incluso un certificado en el que se les autoriza a fracasar no solo en sus exámenes sino en sus relaciones personales, en sus redes de contactos y seguir siendo siempre seres humanos dignos y excelentes.
Muchos de los fracasos que viven los estudiantes no tienen que ver con sus expedientes académicos sino más bien en sus habilidades para la vida. Desde no ser capaces de gestionar situaciones como ser rechazados por un club de estudiantes o cuando no reciben el alojamiento que desean. Hasta tal extremo llegó esta situación que la Universidad de Cornell, después de varios suicidios de estudiantes, instauró la obligación de la Universidad de ayudar a sus estudiantes a adquirir estas habilidades de vida.
A partir de aquí han surgido muchas iniciativas como el Proyecto de Éxito y Fracaso en Harvard, que muestra historias de fracasos, el Proyecto Perspectiva de Princeton, que fomenta la conversación sobre los reveses y las luchas de sus estudiantes o el Proyecto de Resiliencia de Stanford cuyo objetivo es “ayudar a cambiar la percepción de fracaso de algo que debe evitarse a toda costa, a algo que tenga significado, propósito y valor”.
Por ese motivo, acertar consiste en recuperarse de un revés. Acertar consiste en enfrentar un error con responsabilidad y sin victimismo. Los más jóvenes van a enfrentarse a una realidad profesional que les va a exigir trabajar en proyectos de corta duración, trabajar por cuenta propia en iniciativas emprendedoras y saltando de un proyecto a otro con agilidad y flexibilidad. Y esto no se aprende en un aula aislada del mundo real. Y desgraciadamente cada vez se aprende menos en el hogar, donde asistimos con más frecuencia a estilos educativos sobreprotectores.
Además, a todo esto le unimos la ya “no tan nueva” realidad de las redes sociales, donde se vende que las personas de éxito están permanentemente ocupadas. Los youtubers e influencers atienden a diario a dos o tres eventos, generando contenido permanentemente y viviendo vidas felices en casas preciosas con novias Barbies y novios Kents. No hemos cambiado nada. Tan solo hemos cambiado el papel por el online. Con todo esto ya tenemos los ingredientes perfectos para el cóctel explosivo.
Cada vez se hace más necesario y urgente reaprender a persistir con tenacidad cuando recibimos “noes”, a interiorizar el esfuerzo sostenido en el tiempo. Pero necesitamos diferenciar la tenacidad de la testarudez para abandonar en el momento oportuno y reorientarnos adecuadamente. Porque aprender a día de hoy es un ejercicio de reorientación permanente hacia continuas oportunidades que se abren, saltando entre errores, imperfecciones, adversidades e imprecisiones.