Odio jugar al Monopoly. Nunca supe muy bien por qué. Quizá fuera porque siempre fui de los que constantemente perdían, aunque siempre me pareció un juego totalmente injusto. Dos jugadores se dedicaban a acumular, todo el tiempo que duraba la partida del Monopoly, las mejores calles. Construían sin parar para que los demás sufriéramos cuando el azar de los dados nos hacia caer en alguna de sus propiedades. Y si así era, no hacías otra cosa que endeudarte y mendigar para que unos u otros se apiadaran de ti. Pero eso no solía suceder. Nadie se apiadaba. Te hacían sudar cada movimiento de tu ficha. Y solo deseabas que aquella partida acabara para dedicarte a otra cosa.
Mira por donde, viendo un documental interesantísimo de Peter Joseph, encuentro todo el sentido a mi sentimiento de animadversión por este juego de mesa.
Al inicio del documental un pequeño cuento me lo aclara todo. El cuento narra la historia de un anciano y su nieto que durante un verano se sientan juntos a jugar al Monopoly. Todas las partidas las ganaba el anciano, conocedor de las reglas del juego, generando una tremenda frustración en su nieto, que ese mismo verano iniciaba sus estudios de empresariales.
El joven se dio cuenta de que realmente la clave del juego consistía en arruinar al contrincante y quedarse absolutamente con todo.
Por fin, en una de esas partidas el joven aprendiz derrotó a su contrincante y llevado por la euforia le dijo a su abuelo que era mejor que él y que ya nada podía enseñarle. El abuelo con una sonrisa socarrona le dijo “Te felicito, has ganado la partida. Pero ahora devuelve todo lo que tienes en tus manos a la caja. (…) Ahora todo lo que has ganado vuelve a la caja del Monopoly. (…) Nada de esto fue realmente tuyo: Tan solo te emocionaste por un rato. Todas estas fichas estaban aquí mucho antes de que te sentaras a jugar, y seguirán ahí después de que te hayas ido. El juego de la vida es exactamente el mismo. Los jugadores vienen y se van. Interactúan en el mismo tablero en el que lo hacemos tú y yo. Pero recuerda: tu dinero, tu casa, tu coche, (…). Tarde o temprano todo lo que crees que es tuyo irá a parar nuevamente a la caja. Y te quedarás sin nada”
¿Qué ocurre, por tanto, con todo lo que ambicionamos poseer?¿Que ocurrirá cuando llegues al tan ansiado puesto en la cima de la compañía? ¿Qué ocurrirá cuando tengas todo lo que deseabas? Pues ocurrirá que nunca nada será suficiente y siempre intentarás colmar tu permanente insatisfacción porque nunca descubriste lo que realmente era importante en la vida. Pensaste que el Monopoly al que estabas jugando con tanto éxito era real, pero te equivocaste. Al final siempre las fichas, las casas, los hoteles y los billetes volvían a su dueño: la caja. Tu solamente decidiste jugar a acumular lo que nunca fue tuyo. Y ese fue el gran error.
Que suerte ser de los que siempre perdieron al Monopoly. Me ha ayudado a no creerme esa mentira.
Ja, ja, yo también odiaba jugar a ese juego. Se me daba fatal, pero más que eso no le encontraba aliciente al hecho de acumular y acumular, no me parecía divertido. En realidad, no me parecía divertido no sólo el objetivo del juego, sino tampoco el proceso en sí. Lo describes muy bien. Quizá para alguna persona era gratificante vivir la ilusión de ser ganador durante unos momentos, eran los que siempre ganaban, y sabían muy bien como machacar al contrario. Por desgracia, es una actitud que se puede observar en determinadas circunstancias.
Yo era de los que solía ganar. Pero lo que más me llamaba la atención del juego es que no había forma de recuperarse. Era todo muy estático. Es decir, salías, acumulabas buenas calles y muy probablemente fueras ganando toda la partida. En cambio, si al principio no hacías buenas compras estaba claro que ibas a sufrir todo el tiempo. Esa “caja”, insisto, no daba segundas oportunidades
Absolutamente de acuerdo. En cualquier juego, y la vida es un juego que dura mientras vivimos, todo acaba volviendo a la caja. Por lo tanto ¡¡Disfrutemos la partida!!.
Escalofriante. Cuanta vida malgastada!!!. Pero lo importante es lo que queda. Estamos a tiempo. Un abrazo Alvaro.
Yo hace tiempo que le encontré el truco al Monopoly. Consiste en llegar a acuerdos con todos los jugadores de la mesa para no tener que pagarles cuando llegas a sus hoteles. Así llega un momento en el que no tienes que realizar pagos, y los demás se aniquilan entre ellos. Nunca te enriqueces, pero tampoco te arruinas.
Dándole un giro como el que tú le has dado, Álvaro, quizá la vida consista en eso, en conseguir un nivel de integridad tal que no le debas nada a nadie. Ser ambicioso en la medida justa.
Un saludo.
Que bueno Javier !!!!!
Un abrazo fuerte
Decía Lennon que la vida es eso que se pasa mientras planificamos el futuro… Este artículo da en la clave; la felicidad no está en el “cuando…” sino en el MIENTRAS.
Creo que el ejemplo es buenísimo porque efectivamente cuando desaparezcamos no podemos llevarnos nada material, sólo la satisfacción de haber vivido plenamente y haber sido felices todas las ocasiones posibles con las personas queridas y haber influido para bien a las demás.
Gracias de nuevo, Álvaro.. Un abrazo.
Bonita reflexión… Os dejo un verso, bien conocido, de Jaime Gil de
Biedma: “Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde”
Un abrazo,
Ele
[…] – que parece el objetivo último de la sociedad en que vivimos. El artículo se titula El Monopoly Siempre Gana; os recomiendo también el resto de posts de este autor, un blog tremendamente […]
Gracias Álvaro, magistral reflexión. Soy de las que pienso que nuevas energías están transformando el mundo y necesitamos limpiar nuestra mente de aprendizajes erróneos. En verdad “jugar a acumular” es una gran trampa, nada nos pertenece, sólo perdura el crecimiento compartido desde la actitud y el amor incondicional. Un abrazo grande y todo mi cariño y los mejores deseos para tí y los tuyos siempre.
Cuantos hábitos improductivos nos dificultan crecer, ¿verdad?
Te mando un beso enorme