Me gustaría profundizar en el post que escribí la semana pasada en el que trataba de ahondar en la importancia de construir un legado que perdurara más allá de nuestra presencia y que de valor y sentido a todo cuanto hacemos allá donde estemos.
Legar es transmitir, es regalar a los demás un pedacito (o un gran pedazo) de lo que somos. Y nuestro legado va siempre ligado a nuestro talento. Lo que entregamos a los demás y por lo que seremos recordados será aquello en lo que somos especiales. Seremos recordados por nuestra sonrisa, por nuestra entrega, por nuestra visión o por mil cosas más.
Pero la perspectiva más interesante que me gustaría compartir es el hecho de que cuando entregamos algo podemos equivocarnos en la manera en la que queremos que nos retorne. Cuando entregamos nuestro talento a las personas con las que trabajamos o convivimos (ó ambas cosas en algunos casos) podemos pensar con frecuencia que nos será devuelto directamente a nosotros. Es verdad que esto ocurre en muchas ocasiones pero no es la esencia del legado. La esencia del legado radica en la devolución indirecta.
Cuando nosotros entregamos lo más valioso que tenemos con generosidad y altruismo quien lo recibe tiene la posibilidad de entregarlo a los demás.
Todo lo que unos padres entregan a sus hijos es entregado por ellos a sus hijos y es cuando realmente son conscientes de lo que les dieron sus progenitores. Es ley natural, lo que recibes lo entregas hacia delante y no hacia atrás. Y esta es la riqueza de un legado y lo que permite que realmente perdure en el tiempo. Si vuelve hacia atrás se perdería en nosotros mismos mientras que si es entregado nuevamente se alimenta y evoluciona gracias a ser compartido.
Lo que yo regalo quiero que lo aproveches, que lo goces y lo compartas con otras personas. Pero no me lo devuelvas, ya es tuyo.
Por este motivo debemos ser responsables, por un lado de nuestro legado y entregarlo siempre. Y por otro lado mejorar y evolucionar todo aquello que nos ha sido regalado por otros.
Pero cuantas veces, cuando regalamos algo, queremos que los demás lo utilicen según nosotros quisiéramos que lo hicieran. Que egoísta resulta eso. Si lo has regalado ya no es tuyo. Hasta cuando regalamos podemos seguir siendo egoístas.
Algunos grandes profesionales tienen aún un tóxico sentimiento de pertenencia de lo que han aprendido y no son capaces de entregarlo porque fantasean que si lo entregan se lo van a robar y por tanto serán prescindibles. Nada más lejos de la realidad. Somos únicos y nadie puede robarnos ni copiarnos. Por este motivo solo los generosos pueden dejar un legado de valor allá donde vayan. Porque legar es transmitir con generosidad todo aquello que te hace único.
Me encanta, Alvaro. Gracias.