El miedo es, sin lugar a duda, la emoción displacentera que más rápidamente se transmite. Por culpa de nuestra deficiente gestión del miedo perdemos muchísimas oportunidades a lo largo de la vida.
Los efectos del miedo son inimaginables. Los estudios de Martin Seligman demuestran que el miedo es capaz de acelerar la destrucción de conexiones sinápticas en nuestro cerebro. Nuestras neuronas se desconectan a causa de nuestro miedo y eso implica que el cerebro empieza a morir. Es duro pero es así. El mismo autor ha estudiado como las personas optimistas son capaces de recoger más información del entorno que las personas pesimistas. Utilizando palabras de Jorge Valdano, “a los optimistas habría que pagarles más”.
Según Leslie Greenberg la naturaleza nos ha dotado del sistema emocional como una ventaja adaptativa. Tener en cuenta las emociones nos aporta riqueza y eficacia en nuestra labor profesional y en nuestra propia vivencia y satisfacción personal. Se trata de una información espontánea, más genuina, más conectada en directo con la información externa, no reelaborada por nuestros filtros racionales internos.
Nuestras emociones nos sirven para adaptarnos al medio. Las emociones son mensajes relacionados con nuestro bienestar e incluso nuestra supervivencia y siempre están orientados hacia nuestra salud. El problema reside en que en muy pocas ocasiones alguien nos ha enseñado desde pequeños a aprender a gestionar nuestras emociones. Llegamos a adultos sin los “deberes hechos” y el aprendizaje del adulto ya no es un libro en blanco como ocurre con los niños. Y cuando debemos desaprender lo aprendido previamente, entonces es cuando aparece de nuevo el miedo.
Todos los seres humanos compartimos dos miedos fundamentales: el miedo al cambio y el miedo a la no supervivencia. Nuestro cerebro no está diseñado para cambiar sino para repetir hábitos, lo que nos dificulta en gran medida gestionar el cambio. Algunos autores también llaman a estos miedos el miedo a vivir (miedo al cambio) y el miedo a morir (miedo a la no supervivencia).
El miedo no es una emoción mala sino displacentera. El miedo nos aporta una información muy valiosa, al igual que hacen el resto de emociones. En concreto, el miedo nos informa de que estamos en peligro. Esta información de nuestro sistema límbico se transmite directamente al sistema neocortical y es el lóbulo prefrontal quien debe tomar la decisión apropiada.
En algunos casos este protocolo no se cumple y el cerebro emocional (nuestro sistema límbico) se apodera de la situación, bloqueando el lóbulo prefrontal y secuestrándolo. Entonces quedamos a merced de nuestro miedo que actúa como bloqueante de cualquier tipo de acción. Un bloqueo a la hora de hablar en público, frente a una conversación difícil o cuando debo gestionar a una persona que me da miedo. Las emociones exponen los problemas para que la razón los resuelva. Cuando el proceso no funciona así es cuando decimos que las emociones han secuestrado al neocortex.
La próxima semana os propondré tres herramientas para gestionar y reducir el miedo pero, mientras tanto, para los que estéis interesados en profundizar en la gestión emocional del miedo os recomiendo estos dos libros:
– Jericó, P(2007): No miedo: En la empresa y en la vida. Ed. Alienta
– Greenberg, L (2002): Emociones. Una guía interna. Ed. Desclee de Brouwer
Os envío un video muy motivador relacionado con el miedo:
http://www.youtube.com/watch?v=1Fn-BgbbN5s
Disfrutad la semana